Después de haber recorrido muchos caminos en la vida, algunos con un final feliz, otros con reveses. Algunos que llegaron a su fin y otros que ni siquiera he conseguido recorrerlos hasta la mitad y decidí regresar porque no me llevaba a ninguna parte. Tú, o yo o cualquier otro, todos o algunos, hemos pasado por ésto. Y si, hoy te das cuenta que tienes ganas de aislarte, de irte a vivir solo o sola a otra parte donde nadie te exija nada en absoluto, donde nadie te critique por qué dejas los zapatos cerca de la puerta de entrada, o por qué no comes justo a la hora del mediodía... Y tienes ganas de cargar una gran bolsa o mochila, con cosas que te trajeron algo de felicidad en esta vida o que te pueden hacer feliz actualmente, y quieres irte a vivir a una plaza, a un hall de entrada de una casa grande que da a una vereda de baldosas frías, y te pondrías cartones que te sirvan de paredes para que el viento frío del invierno no te congele los huesos o la claridad del sol de la mañana de verano no te encandile cuando todavía no tienes ganas de levantarte....
En fin, esta vida por la que has dado todo, a tus hijos y a tus seres queridos. Has dado amor, atención, bienestar, educación. Por los que has velado más de una vez, en noches largas sin conciliar el sueño, esperando a que despierte para darle el biberón, o para cambiarle los pañales mojados.
Y así casi sin dormir, te levantabas y te ibas a trabajar, porque la empresa no te perdona un día de falta o te restringe el sueldo.
En fin, volviendo a lo de la bolsa, me gustaría saber qué cosas cargarías tú, en esa gran bolsa para cargarla por la vida, hasta el fin de tus días. En la mía yo pondría: tus dos camisas que hoy son mías, porque me las regalaste para dormir, esas camisas que me permiten estar junto a tí en las largas noches de soledad y sábanas frías, esas camisas que has usado tantas y cuantas veces para ir a tu trabajo, y que yo te las pedí cuando me preguntaste qué quería que me regalaras. Y también pondría en mi bolsa el tallito de plástico que servía de eje central a la frutilla de gelatina y azúcar, que lo llaman bombón de fruta, y que aunque no lo sabes, lo guardé y lo conservo en mi cartera luego de haberlo recibido de tus manos en mi boca. Y también llevaría una de esas toallas pequeñas que te secaban el cuello, la espalda, la frente, enjugando tu sudor cuando regresabas de tu trabajo y que después yo la ocupaba como bufanda en las noches de frío, excusa para sentirte más cerca. Y tus fotos, tu casi medio centenar de fotografías que cuando te las tomaba me preguntabas si las estaba coleccionando. Y la almohada donde alguna vez hemos puesto ahí nuestras cabezas para descansar después del goce de un acto de amor, y con la sonrisa en los labios, recordabamos los hermosos momentos compartidos desde el día que nos conocimos.
Y no se me ocurre nada más, nada que sea importante para mí, al menos en este momento. Quizás, agregaría algún libro, o más de uno, para leer en los momentos para no aburrirme: "Nada es casual" y "Sin ánimo de ofender". O quizás: "Aprender a vivir, aprender a morir" y "El coraje de ser positivo"
A pesar de todo, a pesar de alguna lágrima derramada en madrugadas como la de hoy, doy gracias a la vida por haberte conocido.