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Diario Impersonal

Destino Itaca

Y fue un día, aquel en el que me habías dicho que si por tí fuera, mandarías a quemar todas las iglesias... Sentí miedo, mucho miedo. No sabía realmente quién eras, ni lo se hasta ahora. Y me dijiste que Dios no existe. Y sentí más miedo por tí que por mí. Y no se por qué lo dices de esa manera, tan cruel, tan obsesiva. Y quisiera saberlo, y lo voy a averiguar de a poco hasta que tú mismo me lo digas, que sueltes esa idea fantasmal que tienes dentro de tí. Y sé que te habrán pasado cosas, cosas muy malas y feas, como la pérdida de tu amada pareja, como tú mismo lo habías dicho. La querías mucho, me dijiste. Y tal vez, sientes despecho, resentimiento y odio hacia la iglesia por eso, porque hubieras querido que la salven. Pero deberías recordar que este mundo no es perfecto, y que todos moriremos algún día. Y fue por eso, que el día domingo, una hora entera te recordaba. En vez de escuchar lo que decía el cura, mientras resaba la misa, yo pensaba en tí. Y pedía por tí, para que Dios, que para mí sí existe, te de un poco de fe, aunque sea del tamaño de un hilo, pero que la tengas. A todo ser humano le hace falta la fe para mantener viva la llama encendida de la misma vida.
Y te recordaba bien, con cariño. Recordaba tu rostro, tus cabellos cortos, tus ojos azules, tus blancos dientes con una amplia sonrisa. Y tu cuerpo tan esbelto con unos gramos demás (eso lo dices tú).
Y eres el navegante, que luego de haber perdido a tu amada por haber enfermado de un mal irreversible, has decidido no anclar en puerto alguno por mucho tiempo, hasta que el destino indique otra cosa. O hasta que descubras que has llegado a Itaca. Desconozco ese destino, tal vez pueda ser yo misma, o quizás nunca lo sabré.

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