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Diario Impersonal

La hora Cero

La hora Cero Nunca lo supe... Tal vez si me hubiera atrevido a preguntar más de lo acostumbrado, me hubiese enterado del por qué...
Mi madre siempre fue muy reservada en todo. Como hija de inmigrantes, su reserva se extralimitaba, olía a exagerada. Cuando se sentaban a tomar mate con mi padre, ella dulce, él amargo, ella en un termo, él en una pavita de aluminio un tanto negra en la parte inferior por usarla sobre la plancha de la cocina a leña, nosotros, los pequeños hijos no podíamos acercarnos demasiado para no escuchar la conversación (o discusión) que mantenían. Cruzaban no muchas palabras, a veces en su idioma extranjero que no se comprendía.
Todos los años, desde que tuve uso de razón, para el día 24 de diciembre, preparaba con mi hermana mayor unos varenequis (¿se escribe así?) de papa con cebolla dorada en aceite y otros de ricota. A los primeros los servía cubiertos con un poquito de aceite, del mismo en el que había dorado las cebollas cortadas lo mas finitas que podía. Los de ricota los servía con crema de leche. De postre, comíamos trigo hervido con el agregado de miel o azúcar, según el gusto de cada uno de los comensales. Esa noche no se comía carne. La cena se servía a las ocho o nueve de la noche, y participaba solamente la familia de la casa, sin invitados especiales. Un vez terminada la cena, nos íbamos todos a dormir. La Navidad se festejaba al otro día (el 25).
Pasaron los años, crecimos los hijos, cambiaron algunas costumbres...Pero mi madre mantuvo su costumbre hasta la última Nochebuena. Nunca quiso esperar la hora Cero. Cenaba, limpiaba la cocina y se retiraba a su dormitorio a dormir. Nunca pudimos, mis hermanos y yo, brindar con una copa a las Doce de la noche. ¿Cuál habría sido el motivo de no hacerlo? No lo sabré nunca.

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