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Diario Impersonal

Ari de Navidad

Se acerca otro fin de año. La imaginación vuela, recorre caminos, lugares, escenas. Te recuerdo ¿sabes?. Fue un día, semanas antes de un fin de año. Durante este tiempo los sentimientos se hacen más profundos y el corazón se resiente.
El amigo de mi pareja frecuentaba nuestra casa. Venía casi todos los fines de semana a cenar. Su perfume me apasionaba. Pero su insignificante figura, su físico, albergaba un corazón incomparable para mí.
Mientras yo me esforzaba por hacer funcionar todas las luces que colocaría en el árbol de navidad, mi pareja se deleitaba mirando un programa de televisión, ajeno a mi preocupación. No se percataba de que su desinterés por lo que sucedía a su alrededor podría generar una situación peligrosa.
Viéndome algo nerviosa, Ari, (asi se llamaba su amigo) se acercó para ofrecerme su ayuda. Su proximidad me aceleraba los latidos del corazón. Su perfume me tumbaba. Sentía el roce de su piel como si realmente me estuviera acariciando. Apenas si me tocaba con sus manos, pasándome cada lamparita que la revisaba. Recorrió toda la tira una y otra vez, hasta que logró que se encendieran todas las luces. Colocamos la guía y las luces comenzaron su parpadeo de alegría contagiosa. Nos miramos profundamente a los ojos transmitiéndonos vaya saber qué mensajes de amor y de deseo.
La cena estaba lista. Sin comentarios de lo ocurrido comieron todo lo que había, acompañando con cerveza bien helada. Mi pareja no se había dado cuenta que yo no pude probar bocado. La emoción me embargaba. Los latidos de mi corazón me cerraban la boca del estómago. ¿Por qué no come? Usted cada vez se vuelve más transparente, comentó Ari. Mientras mi pareja sonreía, que más que sonrisa parecía una burla, yo transpiraba.
Me retiré a lavar la vajilla, mientras Ari me acercaba los utensilios a la mesada.
Serví flan de vainilla con salsa de chocolate, como postre.
Me dio un beso en la mejilla. Fue como si hubiera depositado gotitas de miel en mi piel sonrojada por el momento.

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